Gózate, gozosa Madre,
gozo de la humanidad,
templo de la Trinidad
elegido por Dios Padre.
Virgen que por el oído 05
conçepisti,
gaude, Virgo, Mater Christi
e nuestro gozo infinido.
Gózate, luz reverida,
segund el Evangelista, 10
por la madre del Baptista
anunçiando la venida
de nuestro gozo, Señora,
que traías;
vaso
de nuestro Mexías,
15
gózate, pulcra e decora (...)
Durante los dos últimos años de su vida, don Iñigo López
de Mendoza, cultivó poesía religiosa, consciente, quizás, de que se encontraba
en la etapa final de su vida. Y a esta etapa pertenece el poema de los Gozos de Nuestra Señora.
La temática
mariana es la más recurrente dentro de la poesía religiosa del Marqués, quien,
por otra parte, siempre se mostró devoto de la Virgen, hasta tal punto que ella
formaba parte de su divisa: Dios e Vos.
El tratamiento
del tema será esencialmente lírico, encontrándonos ante una canción de
alabanza; una oración piadosa, colmada de epítetos y aposiciones de exaltación,
en la que se celebran y vigorizan los méritos de la Virgen.
El motivo de
los «gozos de la Virgen» (ya tratado en Berceo o el Arcipreste de Hita, por
ejemplo) está inspirado en la meditación sobre los misterios gozosos de la
Virgen, particularmente fomentados por la orden franciscana.
Estos “gozos” refieren
la vida de la Virgen y su presencia en los evangelios, haciendo énfasis
en los momentos de mayor protagonismo de la madre de Dios. Literariamente, al
hablar de “gozos”, estamos refiriéndonos a una composición poética en alabanza
a la Virgen o a los santos, la cual se divide en coplas, después de cada una de
las cuales es repetido un mismo estribillo. La tradición franciscana solía
presentar siete gozos (como las horas canónicas): Anunciación, Visitación,
Nacimiento, Adoración de los Magos, Resurrección, Ascensión y Asunción, si bien
también los encontramos en número de cinco (como las llagas de Cristo) en
Berceo. El Marqués, en cambio, nos ofrecerá una versión ampliada con doce
gozos, por lo que se intercalan ahora otros episodios sagrados como el de la
Presentación en el templo, la Huida a Egipto, la Disputación con los doctores,
la Bodas de Canaán y la Decensión del Espíritu Santo (motivos probablemente
tomados de los libros de horas de la época).
El poema
comienza con un exordio dirigido a la Virgen (Gózate, gozosa Madre) que es invitación
a la alegría del ánimo. Este imperativo funcionará a modo de estribillo durante
todo el poema, a la vez que nos sitúa ante una positividad ante el esfuerzo del
vivir, extensible como ejemplo al común de los mortales. Debemos estar
contentos, la Virgen tiene que estar contenta, puesto que ese esfuerzo ha
merecido la pena. Continúa esta primera estrofa situando a la Virgen como
templo, como cobijo, donde morará la Santa Trinidad y posteriormente pasa a señalar el episodio
bíblico de la anunciación en el que María queda enterada de su próximo embarazo
y de que dará a luz al hijo de Dios. Santillana se apoya en estos versos del
himno latino «Gaude, Virgo, Mater Christi», del siglo XII, sirviendo el
verbo concepisti como transición para
llevarnos a una especie de argamasa latino-castellana (Virgen, que por el oído / concepisti / gaude, Virgo, Mater Christi).
Curiosamente
la concepción se sitúa en el oído de la Virgen. Sería conveniente detenerse en
este detalle, ya que en la plástica medieval era común representar al Espíritu
Santo transfigurado en paloma y entrando
en el oído de María, lo que derivaría en una distorsión de la alegoría hasta
quedar fijado que la concepción se realizó a través de él... Y esto nos llevará
al final de esta primera estrofa, en la que Santillana agradece y se contagia
del gozo eterno que este hecho le produjo a la humanidad.
La segunda
estrofa retoma, a modo de estribillo, el “Gózate” con el que se abría el poema
para, seguidamente, reverenciar y exaltar la cualidad de luz esencial que
Santillana atribuye a la Virgen. A continuación, se refiere la dignidad que
conllevó para la Virgen el ser anunciada por la madre de Juan el Bautista como
el receptáculo de la divinidad del Mesías. Este hecho vuelve a impulsar al gozo
en el último verso donde la pulcritud y el decoro en lo referente a la concepción
de la Virgen son puestos de relieve, cómo no, como materia para otra nueva
alabanza. Aquí nos encontramos ante un rasgo distintivo del género como es la
repetición de la plegaria tras cada gozo.
En cuanto a la
métrica elegida por don Iñigo para estas dos estrofas del poema, estamos ante
una copla castellana de ocho versos y cuatro rimas consonantes, en la que el
verso octosílabo se complementa con el quebrado de cuatro sílabas en el sexto
verso, lo que, en su conjunto intensificará el ritmo y la musicalidad del
poema.
Por lo que
respecta a la galería de recursos empleados por el Marqués, cabría destacar las
bellas metáforas (luz reverida, nuestra claror, pulcra e decora), así como la presencia de epítetos y exaltaciones
empleados al invocar a la Virgen. Del mismo modo, se detecta la utilización del
recurso denominado polípote, que en este caso consistiría en la representación
en el poema de diversas formas derivadas del verbo gozar (gózate, gozosa, gozo).
También es notorio el uso de la primera persona del plural en la parte final de cada estrofa, con esto del
orador nos hace partícipes de sus rezos.
Partiendo
del tópico horaciano ut pictura poesis, inspirado en
Simónides de Ceos, por el cual la poesía es una pintura que habla, al tiempo
que la pintura es una poesía que calla, nada mejor que el retablo de Los Gozos de Santa María, para percibir
cómo ambas disciplinas, ilustran perfectamente los sentimientos e inquietudes
del Marqués, que al mismo tiempo que se mostraba como persona devota y noble
caballero al servicio de su rey, sin dejar por ello de ser una persona con un
elevado bagaje intelectual y humanístico. Esta obra, la primera documentada del
artista hispano-flamenco castellano Jorge Inglés, la mandó hacer el primer
marqués de Santillana para la capilla del Hospital de Buitrago (Madrid),
fundado por él. En la citada obra observaremos que sobre la predela con los cuatro padres de la Iglesia,
don Íñigo y doña Catalina, acompañados por un escudero y una doncella, están
arrodillados ante una talla de la Virgen. En el cuerpo superior están representados
doce ángeles que portan unos pergaminos que contienen los textos de los Gozos
de Nuestra Señora escritos por el Marqués, prueba de su devoción a ella, por lo
que en esta ocasión su poesía calló para que la pintura de Inglés proclamase la
inmortalidad de los versos.
Ángel González González