sábado, 27 de marzo de 2010

LA CASA DE LOS JACINTOS (PRESENTACIONES)



Hoy, a las 21 horas, in Madrid:
Presentación de "2000mgs".
Y además "Yo soy el gilipollas que compra los mecheros", de Rafa Ibáñez.
Intervenciones de Borja Morales y Lukas el Koala con su didgeridoo.
Y por si eso es poco,el evento se amplifica con los siguientes autores de la Editorial Ya lo dijo Casimiro Parker: Carlos Salem, Arturo Martínez e Isabel García Mellado.

A disfrutar.


viernes, 26 de marzo de 2010

POEMA DE GSÚS BONILLA


Para hoy viernes os he talado un poema del blog del propio Gsús y aquí lo suelto para que campee a sus anchas por este extraño territorio virtual que apadrino. La ilustración es la que acompaña al poema en el blog de Gsús y le viene muy bien a este día en que las carreteras se colapsan y todo el mundo entorpece a todo el mundo y eso hace que uno piense que quizás el mayor atasco es el que lleva uno dentro. Sea cual sea el sentido...



COMPUESTO ORGÁNICO


no lo pretendes, pero buscas;


y sin quererlo
encuentras

y lo que hay
es
petróleo.

al igual que la noche
la oscuridad
está atestada de estrellas;

entendí

que en las capas subterráneas del cuerpo
mucho
mucho más allá de
_______ la______piel
permanece el alma, y ésta
atesora
millones de pozos negros.

Texto Gsús Bonilla. (texto de Menú del día...a día; inédito)

jueves, 25 de marzo de 2010

HABLANDO DE LEYENDAS

miércoles, 24 de marzo de 2010

EL DEBUT DEL CHICO TATUADO

El debut del chico tatuado es la compilación de todos los relatos que el poeta David González ha escrito en el periodo de tiempo que va desde 1998 hasta 2008. Aquí os dejo con una muestra de la búsqueda y el arrojo que David le echa a esto de las letras, dos puntos...



POLICÍAS Y LADRONES

Me prestaba por la vida, de rapacín, más que ninguna otra cosa, jugar con la mía propia.

Lo peor no es que te quedes en el sitio, me reñía mi madre. Lo peor es que te quedes baldado para siempre.

En mi calle, en la plaza de la Soledad, en el borde de mi casa, en donde ahora hay unas escaleras y mañana Dios sabe lo que habrá, se alzaba entonces un portón de madera, de arco de medio punto, que separaba a los niños de los adultos, o lo que es lo mismo: a la ficción de la realidad.

Al portalón le guardaban las espaldas dos bodegas que fedían a pescado podre y tres chimeneas en decadencia, corroídas por la edad, el óxido y el salitre de la mar. El mismo salitre que, desde la puntera de mis botas de piel, en cuanto llegábamos a casa, nada más entrar por la puerta, se chivaba a mi madre: David ha estado debajo de la iglesia de San Pedro, en el pedrero, saltando por las rocas (rocas llenas de verdín), tratando de llegar a la peña de Santa Ana primero que la marea.

Daba, aquél portón, a una fábrica de pescado abandonada, que para nosotros, los que formábamos parte de la banda del Chino, era, más bien, un fuerte, el Álamo, pues desde allí repelíamos a pedradas y a horquillazos los ataques de los críos de otras calles.

Dentro, a una altura considerable del suelo, una viga de aire servía de puente entre los tejados de las dos bodegas. Sobre esa viga, el hijo del de la imprenta, Marco, y yo, que éramos los únicos que no teníamos vértigo, imitábamos a los artistas de la cuerda floja, pero sin balancín, haciendo equilibrio con los brazos; así tan pronto caminábamos por la viga a la pata coja que de espaldas, o que de espaldas, a la pata coja y con una venda en los ojos, todo a la vez.

Lo peor no es que te caigas y te mates o te veas en una silla de ruedas para toda la vida, volvía a reñirme mi madre. Lo peor es para los que luego tengan que hacerse cargo de ti y cuidarte.

Saltábamos de las resbaladizas rocas de La Cantábrica a las almenas de la Condesa Isabel y de ahí (para disgusto, sobre todo, de las tejas de caballete) a los tejados de la casa de los Tamargo y de El mesón del Chino. El Chino, que se llamaba Wei Hsiao Niu, era un verdadero maestro en el arte de la confección de farolillos y adornos de papel. Una tarde, mientras las tejas se escachaban a nuestro paso y los gatos huían en desbandada, Wei Hsiao se asomó a su buhardilla.

Uno, do, te, cuato, cinco… ¡Mecedes, Mecedes, llama a la policía! ¡Llama a la policía!

Como si con eso fuera a asustarnos. Pues no. Al revés. Estábamos acostumbrados a jugar a policías y ladrones, y los que hacían de defensores de la ley nunca nos cogían. Ahora que lo pienso: nadie quería ser policía. Luego, con el paso marcial de los años, todo lo contrario: nadie, excepto yo, quería ser ladrón. La última vez que me dio por jugar a este juego, los policías eran de verdad. Las balas, también.

Y me cogieron.

El debut del chico tatuado (Relatos completos 1998-2009). Azotes Caligráficos & la Universitat Politécnica de Valencia.