sábado, 18 de octubre de 2014

COMENTARIO ROMANCE MORAIMA





















        Yo me era mora Moraima, morilla de un bel catar;
         cristiano vino a mi puerta, cuitada, por me engañar;
         hablóme en algarabía como aquel que la bien sabe:
         —Ábrasme la puerta, mora, sí Alá te guarde de mal.
         —¿Cómo te abriré, mezquina, que no sé quién te serás?               05
         —Yo soy moro Mazote, hermano de la tu madre,
         que un cristiano dejo muerto, tras mí viene el alcaide.
         Si no me abres tú, mi vida, aquí me verás matar.
         Cuando esto oí, cuitada, comencéme a levantar;
         vistiérame una almejía no hallando mi brial;                                      10
         fuérame para la puerta y abríla de par en par.                       



Los hechos que abarca el presente romance datan de la última etapa de la Reconquista, con el ejército cristiano presionando sobre las fronteras en torno al reino de Granada. Por ello, se podría adscribir el poema al grupo de romances históricos, y dentro de él,  al subgrupo que representan los romances fronterizos. En estos romances existe un subdivisión especial en la que se relatan episodios narrados desde la facción enemiga, y nuestro poema es un buen ejemplo que recoge la denuncia de los abusos del bando cristiano en la guerra contra el ejército moro.
     Si hay algo que permita claramente distinguir un romance es su forma métrica: el octosílabo en una tirada indefinida donde los versos pares riman en asonancia. Pero esto que parece tan claro, en el romance se complica y  llegamos así a encontrarnos ante un verso hexadecasílabo que se compondría, en realidad, de dos octosílabos: la rima ya no sucedería en los versos pares, sino al final de cada uno de los versos del romance. Para explicar esto podemos acudir a dos criterios, uno semántico, ya que cada unidad de sentido del poema parece extenderse a lo largo de las dieciséis sílabas que constituyen los dos octosílabos, y , por otra parte atenderemos al criterio musical en base al cual, en los antiguos libros de música que recogían los romances, con su respectiva melodía, los representaban en versos o unidades periódicas de dieciséis (o incluso treinta y dos) notas, que era lo que duraba cada ciclo melódico, que, en su repetición, componía la melodía del poema. Aunque, por otra parte, en su origen el romance se difundía mediante la oralidad y en cuanto a su enunciación es indistinguible un verso octosílabo de otro de dieciséis sílabas.
     Centrándonos específicamente en el Romance de Moraima, objeto de este estudio, diremos que está estructurado en once versos asonantados de dieciséis sílabas cada uno, a través de los cuales se nos narra una historia que podemos resumir así:
     A las constantes súplicas (apoyadas en argumentos falsos) del cristiano que acude a la casa de Moraima, esta termina cediendo a sus peticiones y abriendo sus puertas de par en par. Así, el tema principal es el engaño amoroso, consentido o no, que cuenta una muchacha mora.
     Podemos dividir el poema en tres partes, abarcando la parte inicial  los tres primeros versos en los que comienza el poema in media res con una doncella mora llamada Moraima presentando un conflicto entre ella y un cristiano.
     El diálogo dramatizado entre los protagonistas de este romance ocupa la parte central de este poema. Frente a la narración en tiempo pasado de la primera parte del romance ahora nos trasladamos a la realidad del tiempo presente; estamos asistiendo a los hechos que se desarrollan en tiempo real. Esto tendría una utilidad, en cuanto a la transmisión oral  del romance, ya que el diálogo en estilo directo podía permitir a los juglares amenizar la escena  mediante  el juego de las distintas entonaciones.
     En lo que respecta a la tercera parte, esta abarca desde el verso número once hasta el final del poema. En ella asistimos nuevamente a otro cambio de ritmo, ya que volvemos a la narración en pasado. Aquí se nos presenta el desenlace final trunco del conflicto, el cual nos lleva a la consumación del engaño de la mora por parte del cristiano, todo ello reflejado en la apertura, tanto simbólica como real, de la puerta de Moraima. Con esta ambigüedad se da por concluido el romance y queda abierta de par en par la puerta de la interpretación del lector u oyente al que se dirige el poema y que ya conoce el engaño y las trágicas consecuencias que puede conllevar para la joven e inocente Moraima.
El carácter fragmentario del romance de Moraima podría explicarse por la transmisión oral del mismo, en base a la cual tan solo se conservarían únicamente aquellos fragmentos significativos y llamativos del primigenio poema. Esta condensación supondría la esencialidad que percibimos en nuestro romance objeto de estudio, en que apreciamos una significación insinuada y amplificada que es mucho más fuerte que la explicitud misma que tendría si se adentrase en más detalles.
     Por lo que a recursos retóricos compete, el romance contiene varias aliteraciones de la m (Yo me era mora Moraima) en el primer verso. Es, por otra parte, relevante la presencia en ese mismo verso de un bello calambur con la palabra amor como protagonista del mismo (er-a mor-a Mor-aima). Estas repeticiones acentúan la musicalidad del poema. En el verso octavo notamos la presencia de una antítesis cuyos términos contrapuestos son vida/matar. En el verso final podemos tomar el sustantivo puerta como metáfora de la sexualidad de Moraima, ya que posee gran carga simbológica muy propia del romancero. Destacaremos también arcaísmos sintácticos tales como la anteposición del pronombre personal átono ( yo me era, por me engañar, quién te serás, etc), abundancia de pronombres enclíticos (hablóme, Ábrasme, comencéme, vistiérame, etc.), o la ausencia del artículo en el sintagma (soy moro Mazote, cristiano vino), y también la anteposición del artículo al posesivo (hermano de la tu madre), amén del desplazamiento del adverbio (aquel que la bien sabe). Es significativo, por otra parte, el manejo de los diferentes tiempos verbales y el contraste que marcan a lo largo de todo el poema.
     Para finalizar diremos que el romance de Moraima constituye una bella plasmación del artefacto poético perfecto. En él podemos resolver que la síntesis y la claridad de estilo no son otra cosa que el prisma cristalino desde el que se pueden observar todas las caras, tanto internas como externas, de un poema. Y esto en una época en la que, por contra de lo que pueda parecer, también contaba con (anónimas) voces críticas contra los abusos del hombre. En este sentido, el romance de Moraima goza de una actualidad incuestionable.

Ángel González González

COMENTARIO MARQUÉS DE SANTILLANA. Los gozos de Nuestra Señora




















Gózate, gozosa Madre,
gozo de la humanidad,
templo de la Trinidad
elegido por Dios Padre.
Virgen que por el oído                              05
conçepisti,
gaude, Virgo, Mater Christi
e nuestro gozo infinido.

Gózate, luz reverida,
segund el Evangelista,                               10
por la madre del Baptista
anunçiando la venida
de nuestro gozo, Señora,
que traías;
vaso de nuestro Mexías,                            15
gózate, pulcra e decora (...)



Durante los dos últimos años de su vida, don Iñigo López de Mendoza, cultivó poesía religiosa, consciente, quizás, de que se encontraba en la etapa final de su vida. Y a esta etapa pertenece el poema de los Gozos de Nuestra Señora.
     La temática mariana es la más recurrente dentro de la poesía religiosa del Marqués, quien, por otra parte, siempre se mostró devoto de la Virgen, hasta tal punto que ella formaba parte de su divisa: Dios e Vos.
     El tratamiento del tema será esencialmente lírico, encontrándonos ante una canción de alabanza; una oración piadosa, colmada de epítetos y aposiciones de exaltación, en la que se celebran y vigorizan los méritos de la Virgen.
     El motivo de los «gozos de la Virgen» (ya tratado en Berceo o el Arcipreste de Hita, por ejemplo) está inspirado en la meditación sobre los misterios gozosos de la Virgen, particularmente fomentados por la orden franciscana.
Estos “gozos” refieren  la vida de la Virgen y su presencia en los evangelios, haciendo énfasis en los momentos de mayor protagonismo de la madre de Dios. Literariamente, al hablar de “gozos”, estamos refiriéndonos a una composición poética en alabanza a la Virgen o a los santos, la cual se divide en coplas, después de cada una de las cuales es repetido un mismo estribillo. La tradición franciscana solía presentar siete gozos (como las horas canónicas): Anunciación, Visitación, Nacimiento, Adoración de los Magos, Resurrección, Ascensión y Asunción, si bien también los encontramos en número de cinco (como las llagas de Cristo) en Berceo. El Marqués, en cambio, nos ofrecerá una versión ampliada con doce gozos, por lo que se intercalan ahora otros episodios sagrados como el de la Presentación en el templo, la Huida a Egipto, la Disputación con los doctores, la Bodas de Canaán y la Decensión del Espíritu Santo (motivos probablemente tomados de los libros de horas de la época).
     El poema comienza con un exordio dirigido a la Virgen (Gózate, gozosa Madre) que es invitación a la alegría del ánimo. Este imperativo funcionará a modo de estribillo durante todo el poema, a la vez que nos sitúa ante una positividad ante el esfuerzo del vivir, extensible como ejemplo al común de los mortales. Debemos estar contentos, la Virgen tiene que estar contenta, puesto que ese esfuerzo ha merecido la pena. Continúa esta primera estrofa situando a la Virgen como templo, como cobijo, donde morará la Santa Trinidad  y posteriormente pasa a señalar el episodio bíblico de la anunciación en el que María queda enterada de su próximo embarazo y de que dará a luz al hijo de Dios. Santillana se apoya en estos versos del himno latino «Gaude, Virgo, Mater Christi», del siglo XII, sirviendo el verbo concepisti como transición para llevarnos a una especie de argamasa latino-castellana (Virgen, que por el oído / concepisti / gaude, Virgo, Mater Christi).
     Curiosamente la concepción se sitúa en el oído de la Virgen. Sería conveniente detenerse en este detalle, ya que en la plástica medieval era común representar al Espíritu Santo  transfigurado en paloma y entrando en el oído de María, lo que derivaría en una distorsión de la alegoría hasta quedar fijado que la concepción se realizó a través de él... Y esto nos llevará al final de esta primera estrofa, en la que Santillana agradece y se contagia del gozo eterno que este hecho le produjo a la humanidad.
     La segunda estrofa retoma, a modo de estribillo, el “Gózate” con el que se abría el poema para, seguidamente, reverenciar y exaltar la cualidad de luz esencial que Santillana atribuye a la Virgen. A continuación, se refiere la dignidad que conllevó para la Virgen el ser anunciada por la madre de Juan el Bautista como el receptáculo de la divinidad del Mesías. Este hecho vuelve a impulsar al gozo en el último verso donde la pulcritud y el decoro en lo referente a la concepción de la Virgen son puestos de relieve, cómo no, como materia para otra nueva alabanza. Aquí nos encontramos ante un rasgo distintivo del género como es la repetición de la plegaria tras cada gozo.
     En cuanto a la métrica elegida por don Iñigo para estas dos estrofas del poema, estamos ante una copla castellana de ocho versos y cuatro rimas consonantes, en la que el verso octosílabo se complementa con el quebrado de cuatro sílabas en el sexto verso, lo que, en su conjunto intensificará el ritmo y la musicalidad del poema.
     Por lo que respecta a la galería de recursos empleados por el Marqués, cabría destacar las bellas metáforas (luz reverida, nuestra claror, pulcra e decora), así como la presencia de epítetos y exaltaciones empleados al invocar a la Virgen. Del mismo modo, se detecta la utilización del recurso denominado polípote, que en este caso consistiría en la representación en el poema de diversas formas derivadas del verbo gozar (gózate, gozosa, gozo). También es notorio el uso de la primera persona del plural en  la parte final de cada estrofa, con esto del orador nos hace partícipes de sus rezos.


   Partiendo del tópico horaciano ut pictura poesis, inspirado en Simónides de Ceos, por el cual la poesía es una pintura que habla, al tiempo que la pintura es una poesía que calla, nada mejor que el retablo de Los Gozos de Santa María, para percibir cómo ambas disciplinas, ilustran perfectamente los sentimientos e inquietudes del Marqués, que al mismo tiempo que se mostraba como persona devota y noble caballero al servicio de su rey, sin dejar por ello de ser una persona con un elevado bagaje intelectual y humanístico. Esta obra, la primera documentada del artista hispano-flamenco castellano Jorge Inglés, la mandó hacer el primer marqués de Santillana para la capilla del Hospital de Buitrago (Madrid), fundado por él. En la citada obra observaremos que sobre la predela con los cuatro padres de la Iglesia, don Íñigo y doña Catalina, acompañados por un escudero y una doncella, están arrodillados ante una talla de la Virgen. En el cuerpo superior están representados doce ángeles que portan unos pergaminos que contienen los textos de los Gozos de Nuestra Señora escritos por el Marqués, prueba de su devoción a ella, por lo que en esta ocasión su poesía calló para que la pintura de Inglés proclamase la inmortalidad de los versos.
   


Ángel González González