Es hora de colocar el retrovisor,
tomar un punto de referencia
desde el que abarcar el gesto desprendido.
Pienso en la palabra poética.
Pienso en una patria,
en el lugar
por el que moriría cada hombre.
Créeme, tengo la mirada perdida.
Tengo las manos vendadas.
Ya no encuentro
más excusa,
más motivo,
más meta...
que estas palabras naciendo de la barricada,
de la tierra ensangrentada y del musgo;
madurando como racimos de uva
entre los casquillos que hay en la maleza.
Y resulta gracioso:
Después de tantas veces muerto
aún no sé cómo me veo
abriéndome paso
abriéndome paso
a través de las grietas de mis tumbas.