Con cuatro tablones y el deseo puesto a macerar en la olla
construimos, de barro, nuestro mundo
y lo resguardamos del frío mediante unas ventanas
a las que acceder a través de una puerta.
No pensamos en tejados.
No pensamos en verjas.
Ni siquiera queríamos un jardín
ni perros que ladrasen, en la noche, a las sombras extrañas.
Jamás tuvimos en cuenta cómo íbamos a organizar nuestras palabras
(hasta dónde arderían cuando encendiésemos la hoguera).
(hasta dónde arderían cuando encendiésemos la hoguera).
Jamás tuvimos en cuenta que los hogares crepitan,
se anegan, sufren ataques de humedad y se agrietan;
se hunden y sepultan: quieren y no pueden
existir en la existencia.