–¿Cuánto le puedes pedir a un hombre? –continuó, mirándome con impaciencia–. Impútame lo que he hecho o he dejado de hacer, como te parezca, pero no me exijas perfección. ¿No es suficiente que haya hecho a otras personas simpáticas, felices y productivas? ¿Por qué esperas que me parezca a ellas? ¿Por qué debo poseer las virtudes que he demostrado que son las más adecuadas para una sociedad bien ordenada? ¿Debo mostrar los intereses, habilidades y espíritu abierto que he sabido engendrar en otros? ¿Debo colocármelos encima como un estúpido maniquí? Al fin y al cabo, la emulación no es el único principio educativo... ¿Tiene el médico que compartir la salud de su paciente? ¿Debe el ictiólogo nadar como un pez? ¿Tiene que estallar el fabricante de fuegos artificiales? (...)
La estructura social a la que aspiramos tiene que esperar a que la construyan los que hayan tenido una herencia plena de Walden Dos. Vendrán, no hay que temer, y los demás pasaremos a un olvido bien merecido..., como vasos que se estropean al construirlos.
Walden Dos (B.F Skinner)
Mr. ediciones (2009)