Mi casa se ensancha,
cada día es más,
más y más; más y mayor
la densidad espacial
de la enormidad que radica dentro.
Miles de aves ruidosas
construyen miles de nidos
y miles de vidas
asoman sus cabecitas
y sus picos
por todas partes,
como si siempre estuviera sucediendo
algo muy importante.
Mi casa es un alzamiento,
un clamor popular,
un tremendo lío
tratando de consensuar
quién debe entrar primero al Wc
al tiempo que la banda municipal
deja sus canciones por ahí tiradas
y los sombreros permanecen congelados en el aire
como en una fiesta de graduación militar
que vi por la tele.
Mi casa es obscena
porque esa palabra
es la que mejor se asienta
en un molde tan colmado,
tan de piscina de ricos,
tan de mar hasta donde me alcanza la vista.
Mi casa es un yonqui
y yo soy yonqui de mi casa: nadie más afortunado
que una persona que pueda celebrar esto.
Soy un indigente
de esta broma que es mi casa
y tú eres una princesa
y tu hijo es mi hijo, y él
también es una casa dentro de una casa.
Me gustan las metacasas;
sus pequeñas y delicadas estructuras
preguntándolo todo
desde que ya no tengo más respuestas
y sonrío interrogantes
porque esta es la casa
donde tú te vistes como una futura reina
a la que le gusta gustar
cuando se siente fértil
y yo te riego
porque me gusta regar reinas
que se ensanchan como casas.
Y por eso,
por todos esos vectores arquitectónicos
cada día es más,
más y más; más y mejor
esta enormidad que la señora del tiempo
ha pronosticado como:
“Se está preparando una muy gorda”