lunes, 10 de septiembre de 2012

ROY & EL ESCRITOR





ROY & EL ESCRITOR 




EL ESCRITOR 


—Una habitación inquietante, sí, pero con algunos cuadros, no sé, cambiando un poco la decoración, esto aquí y eso allá…, y las sillas y el escritorio ¿de dónde has sacado esa enorme mole de mierda? ¿Del mercadillo tal vez? Y no, no estoy diciendo nada de que usted tenga mal gusto y esas cosas, ¿sabe? Pero es que los escritores solemos ser bastante quisquillosos, tenemos nuestras paranoias. Venga, el escritorio me vale, lo que sí que le rogaría es que me sacase los gatos de la casa, tengo alergia, no es por otra cosa, una alergia como un camión, achús, achús, achús y me caigo al suelo…, no me parecen mal los gatos en sí como animales de compañía, pero es que los veo como, no sé si me entiende, esporíferos, parece que al menor ruido saldrán todos en desbandada dejando sus pelillos por todas partes y luego yo con el Ventolín® es un problema porque, ¿aquí no tienen farmacia, verdad? Me he traído repuesto para un par de meses pero mi médico se mostraba bastante reacio a recetarme más, y mira que se lo expliqué y le dije dónde venía y que esto estaba casi incomunicado o algo así. Estos facultativos siempre se piensan que cuando uno pide una considerable cantidad de medicamentos es porque es un toxicómano. No, le vuelvo a decir, doctor, que lo que ocurre es que como vuelva a darme otro de esos ataques voy a palmarla y aún me quedan por escribir dos o tres buenos libros. No sé si se lo he dicho antes, escribo novelas. A lo mejor a usted no le gusta leer, no hace falta que ponga esa cara, es que cuando estoy nervioso hablo hasta por los codos. ¿Me sacará los gatos? ¿Mañana por la mañana? Bueno, hágalo cuando pueda, no me queda otro remedio que instalarme aquí y ponerme a trabajar. Es una novela de terror. Ya, que no le importa, disculpe amigo. 






HACIA UN CLARO RASTRO DE PLASMA TOTALMENTE CREATIVO 


Todo empezó en la cocina, fraguándose sobre la encimera una de la mayores atrocidades de las que nuestra sociedad haya tenido conocimiento. Era mil novecientos noventa y pico, en pleno apogeo del grunge. Los Soundgarden, los Alice in Chanis, Nirvana, Sonic Youth, Breeders, L7, Mudhoney, Pearl Jam, y etcéteras. A tomar por culo los Beatles. Los jóvenes se pasaban por el forro todo lo relativo a las modas, a la ropa cara. Los ídolos empezaban a caer uno tras otro. Era un ambiente de fusión entre el punk y el metal con gente muy parecida a nosotros, que se agarraba al micro y que nos odiaba a muerte, con sus pantalones vaqueros y esa ropa abigarrada, en comunión con nada, desvencijada sin ninguna primavera donde florecer, nada de poesía mona, solo la cruda realidad y unas guitarras que te ponen los pelos de punta. Lento, rápido, lento, rápido y así hasta que el tema terminaba y empezaba la siguiente pista. Buenos discos, sin duda…, y esos conciertos hiperlongevos, multitudinarios, citas imprescindibles en Reading, Lollapalooza…; como en Woodstock pero casi treinta años después. Pues bien: El calendario, al lado de la nevera tenía tachados todos los recuadros justo hasta el siete de diciembre inclusive, por lo que para bien o para mal, el ocho de diciembre, es nuestra fecha. 


     Roy Oister Vargas vivía solo, sin tener animadversión hacia nada. La sociedad no le repudiaba, simplemente pasaba de él porque no esperaba que hiciera ninguna proeza. No tenía tele. No iba a los partidos de fútbol. Solo le gustaba construir maquetas de ciudades con esos árboles fantasmagóricos en cuyas ramas depositaba pájaros que él mismo disecaba específicamente para luego insertarlos en esas recreaciones a pequeña escala de lo que consideraba un Mundo Perfecto e Inalcanzable. Roy no vestía de negro ni creo que le gustase la muerte, las telarañas, los labios en rojo mal perfilados o excesivamente extralimitados con esa abstracción propia de los Cure; apenas sentía una mísera empatía por las historias góticas…, y el arte conceptual, contemporáneo y demás, le traía sin cuidado. No pertenecía a la bohemia, ni su vida intentaba seguir las directrices de ningún personaje famoso. Sabía perfectamente que todos esos tipos eran una auténtica farsa. Eran postizos. En cuanto a los cementerios, no había pisado ninguno desde la época prehistórica en que murió su madre. De Cáncer precisamente, cuando el Cáncer no era Cáncer sino una extraña enfermedad confundida con otras para las que sí que se tenía una explicación encuadrada dentro de la lógica médica. En aquella época podían decirte que tu madre murió de una neumonía, mala suerte. Roy era un perfecto caballero de uno setenta, fumador, bebedor ocasional, desgaste sentimental ordinario, un historial clínico bastante ínfimo, casi nulo, un puesto de trabajo en el Depósito de Aguas Municipal y una casa cedida por el Ayuntamiento, sin renta. El huerto de la parte de atrás estaba lleno de cáñamo, por lo que cuando llegaba un poli nuevo a la comisaría de Asepsia, los demás compañeros le gastaban la manida (hasta la saciedad) broma de instigarle a que detuviera a Roy por Plantación Ilegal de Sustancias Nocivas e Insalubres. Lo cual sucedía siempre y a él no le importaba en absoluto el percance (a Roy, por supuesto) porque así tenía la completa certeza de que lo dejarían en paz hasta que llegase el próximo agente, cosa que solía suceder aproximadamente en un periplo de tiempo bienal. Así que no estaba nada mal, era aceptable, así como también era evidente que el motivo principal de este tipo de horticultura no tenía otro sentido que precisamente alimentar a los pájaros que solían transitar la plantación en busca de esas preciadas semillas. Aprovechando el paso de dichos pájaros por su plantación, mediante unas toscas tablillas impregnadas de un pegamento especial para ratas comúnmente conocido como Liga, Roy se abastecía de materia prima para embalsamar y subsidiariamente colocar en sus estudiadas maquetas metropolitanas. 


EL RASTRO DE PLASMA TOTALMENTE CREATIVO 


Pues bien, el ocho de diciembre fue la fecha en que nuestro sujeto se empeñó en crear una receta de cocina a base de productos vegetales y filetes de pollo y por ello Roy cortaba frenéticamente la cebolla en minúsculas partículas cuando uno de sus dedos, el anular concretamente, fue seccionado por uno de esos cuchillos del tele-venta que poseían un filo hiperterrible garantizado de por vida. El aire que entró entre el hueco que los dientes y el labio inferior de Roy (que estaban tocándose cuando sucedió lo del dedo) produjo un sonido especial que podríamos describir con muchas efes aspiradas para adentro. Hacernos a la idea no es complicado. Acto seguido la sangre se derramaba con una fiereza inenarrable sobre la tabla, la cebolla nano-picada, el suelo, las paredes y todo el trayecto que el chico recorrió presurosamente hasta llegar al armario donde guardaba el botiquín para casos de emergencia, y éste por supuesto que lo era, en tanto que la sangre solo cuajaba en el suelo, nunca en su dedo, y las plaquetas no estaban por la labor de detener todo aquel entuerto. Roy había escuchado algo de que, al respecto de las amputaciones, lo que hay que hacer es introducir la pieza seccionada en hielo y acudir urgentemente al hospital más cercano. Como en Asepsia no existía tal, ni él mismo como individuo perteneciente a una congregación de vecinos no superior a trescientos individuos contando al párroco, no conocía a nadie que pudiera coser eso y también, dado que además no tenía coche porque jamás pensó que le hiciera falta uno, sumado a que si él podía, que siempre lo hacía, no quería relacionarse con nadie [debido todo ello al ingrato recuerdo de uno de esos típicos episodios de apartheid social durante su infancia, en el que los niños de la escuela no quisieron entender que el aspecto rubicundo y flagelado de su piel era una curiosa historia de urticaria que él no había peticionado, y que la enfermedad, por alguna extrañeza congénita, se había establecido en su familia desde los más remotos tiempos que se puedan recordar. Su padre trató de aclararle el asunto cierto día en que Roy llegó de la escuela perseguido por los tirachinas de los niños y le dijo que: 


     —Hijo, esto que te ocurre a ti es un error, un error, la naturaleza ha cometido algún error y por lo que quiera que sea esos chiquillos…, no les guardes rencor, esos enanos que no tienen ni media hostia no les guardes rencor, perdón, este lenguaje no es tolerable, no debiera serlo, nunca, no les hagas mucho caso, solo los idiotas pueden llegar a no comprender una enfermedad…¿Te imaginas, hijo mío, parte de mi parte, imaginas que Alexander Fleming no hubiera comprendido lo que es la enfermedad? Sería un desastre para todos, para todo el mundo, incluso para esos burros, pero no les guardes rencor, despeja el odio de ti (en ese momento abre la ventana, se asoma, saca la mitad del cuerpo a la calle, intenta cerrar la ventana tras de sí todo lo posible, inspira, toma aire, mucho aire y dice: ¡Sí, imbéciles, cerdos de mierda, copularé con todas vuestras daifas madres hasta llegar al desgarre pélvico y esperaré pacientemente, oh señor, a que se desangren en el suelo, y en el suelo seguiré entrando en ellas, lo haré, por el dios piadoso que lo haré, me internaré en ellas plenamente, perros hijos del lenocinio, en verdad os lo digo, no pararé de hacerlo hasta que sus ojos, los oscuros y vidriosos ojos de vuestras lenas, hurgamanderas e infames madres, se salgan de sus cuencas, y en tal caso, cogeré, les abriré una pequeña oquedad y también entraré en ella, copularé tibiamente los ojos de vuestras madres, chiquillos fruto del lascivo impulso meretrizoide, aquí mi palabra, aquí la revelación divina que tanto hemos esperado, la ley que debe ser…), debes comprenderles, son, son solo tontitos, ellos no, no, amor mío, fruto de mis entrañas, ellos no leyeron a Platón con siete años como hiciste tú, este tipo de gente es la que mata al que les dice que viven entre las sombras, seguro que Platón también padeció algo similar a ésta nuestra enfermedad enfáticamente urticaria, pobres… Me dan pena esos niños, vivir así la violencia, me pregunto dónde, a qué lugar querrán llegar así… 


     Seguidamente, el padre de Oister le hizo saber a nuestro Oister que no olvidara que había muchas enfermedades, y que esas enfermedades también se cebaban con los idiotas que no las comprendían, que no comprendían los padecimientos: 


     —Esos niños de los tirachinas, tarde o temprano van a sufrir, hijo mío, tarde o temprano lo harán, no les guardes rencor; cuando encuentren su propia enfermedad, sé compasivo; en esos momentos tan solo mantente cerca, escucha la voz de tu padre: ellos sudarán y tendrán dolor, les dolerá todo el cuerpo, sufrirán, y es entonces, no les tengas sus actos en cuenta, es solo entonces, en el propio instante del que te hablo, hijo mío, cuando debes procurar estar cerca, es muy importante que no hables, que no digas una sola palabra, solo, recuérdalo siempre, solo intenta mantenerte muy cerca de ellos, con que noten tu presencia allí basta, mírales y no dejes nunca, ¡nunca!, de hacerlo…, puñeteros críos. 


     Las breves instrucciones y acotaciones de su querido padre le consternaron y le dejaron pensativo. En aquella época de su vida se refugió en los libros de un tal Poe, el cual escribía cosas sobrecogedoras. Él siempre había sido un buen lector al que no le gustaba leer. Todo cambia. Su amado padre le dijo un día: Una vez en una aterradora medianoche, mientras yo reflexionaba, débil, cansado sobre un gran volumen, etc. Y ese veneno caló hondo y le cambió por completo. Amaba a su padre, le había enseñado tanto, y al padre de su padre, nunca hallaría palabras para agradecérselo, y al padre del padre de…, eso. Al cabo de un tiempo, y ya reformado como lector al que sí que le gustaba leer, llegó a sus manos Manuscrito encontrado en una botella. Poco tiempo después pensó Roy que cruzaría el charco hacia Europa, cosa que no hizo, y se quedó en Asepsia, donde jamás llegaría a ser como Poe, ni siquiera como Bécquer, ni Shelley, ni Guy, Hoffmann, James, Maupassant, etecé], creyó tener una solución a su alcance sin necesidad de recurrir a nadie. Su dedo amputado proyectaba ya una coloración lívida bastante preocupante. Había que coserlo de alguna manera. Roy cogió aguja e hilo y se dispuso a dar puntadas a dolor vivo hasta que consiguió unir la falange díscola con el resto del dedo anular de su mano, que temblaba. 



LA CREACIÓN 


Una semana después, milagrosamente, el dedo cobraba vida. Cogió el color de la tez castigada de Roy y él se sentía muy contento, tanto, que su cabeza no dejaba de dar vueltas a proyectos creativos asombrosos con pájaros disecados y casas, muchas casas, dispuestas en un orden increíble. Aquella tarde del doce de diciembre optó por darle vueltas a lo del dedo, que parecía haber tomado una coloración parecida a la de las personas normales y corrientes. Al rato escuchó una de las canciones de Michael Jackson y se dio cuenta de que Él había logrado cambiar su pigmentación, había escapado del ser negro para unirse al ser blanco. Había huido de su piel: la había transformado. Pero Roy no era ni negro ni blanco, sino una fea urticaria humana, y no tenía ni un céntimo de sobra: su código postal le indicaba que la ayuda de la cirugía plástica le quedaba tan lejos como la vida a Marte. Todas las ideas que existen en el mundo llegaban a su cabeza, pero durante la criba solo se quedó una de ellas. Era algo relacionado con su flamante nuevo dedo. Necesitaba nuevos ensamblajes. 


     Last Exist, de los Pearl Jam, sonaba duro en la radio y Cherub Rock, de los Smashing Pumpkins, ya había finalizado. El timbre de la puerta sonó. Era un vendedor ambulante que ofrecía una colección de literatura fantástica. El vendedor le ofreció a Roy un folleto en el que salía una foto de Edgar A. Poe, que nuestro Roy interpretó como una señal del mismo escritor que le estaba indicando el camino hacia la felicidad. Se mostró dispuesto a comprar esa colección de literatura e invitó al vendedor ambulante a pasar al interior de la casa para firmar la solicitud, indicándole a su vez que le parecía genial que en el plazo de una semana esa colección estuviera centelleando en los anaqueles de su pequeña biblioteca. En el transcurso de una cálida conversación acerca de las dotes poéticas y tétricas de Poe, el vendedor hizo gala de su aptitud para este trabajo, recitando de carrerilla “El cuervo”, el poema preferido de Roy, que entró en una especie de éxtasis y le clavó en la garganta su preciado cuchillo hipercortante, a lo que el vendedor respondió con un grito ahogado que ni siguiera llegó a sonar nada en absoluto, cayendo muerto al suelo sobre su cretino charco de sangre. Siguiendo el mismo procedimiento que cuando se cortó la tercera falange del dedo anular, Roy taló una a una las secciones del cuerpo del vendedor, las introdujo en el congelador y pensó que ya decidiría más tarde qué partes de ese cadáver iba a implantarse. 


     Al cabo de unos meses encontró una forma de alejarse de la vista de los vecinos de Asepsia en la figura de Jimmy Denver, un adicto a la cerveza que le traía a la puerta de casa todo lo necesario para la subsistencia y que le hacía a Roy todas la labores propias de su trabajo en el Depósito de Aguas del pueblo. Jimmy nunca preguntaba nada ni se fijaba en otra cosa que no fueran los billetes canjeables por dosis de cerveza que le proporcionaba Roy a cambio de sus servicios y de su absoluta discreción. 


     El folleto con la foto del mismísimo ídolo de Roy, a saber: Edgar, presidía la mesa del comedor y su cuerpo de Roy, en un alto porcentaje ensamblado con porciones de otros cuerpos tales como el de la limpiadora, el del jardinero, el chico del orfanato y los de varios mendigos a los que Roy había mostrado su hospitalidad de esa forma tan extraña que él y su cuchillo tenían últimamente. La disidencia primigenia de las cicatrices estaba ahora pasando a hiperfusión molecular. Todo era perfecto, pero el olor fétido de los desechos de los cadáveres del sótano empezaba a tomar asiento en la parte superior de la casa, de ahí que el chico intentara quemar algunos de los cuerpos. En contra de sus deseos más acuciantes el hedor se acrecentaba aún más por toda la zona y los vecinos podían llegar a sospechar algo. Irremediablemente esas sospechas atraerían a la pasma y la misma le pondría de patitas en la cárcel, o en la silla eléctrica. Necesitaba un coche, pero como ya es de sobra sabido, había un problema a este respecto, así que Jimmy no dudó, a cambio de un billete de cien, en ir al desguace de Terry para apañar algo. Con unas cuantas piezas pronto tuvo Roy un medio de librarse de los cadáveres durante la “medianoche aterradora”, o sea que tenía coche. Así se deshizo de los malos olores y fue apropiándose de los pedazos de cuanto desgraciado tenía la mala suerte de llamar a su puerta. Y no deberíamos olvidar de que la cabeza de Jimmy le atraía, no le importaría tenerla encima de su cuerpo, pero por otra parte, el tipo le era imprescindible para conseguir sus fines de Roy Oister. La cabeza le daba vueltas, sentía un ligero mareo y algún añadido tal como, por ejemplo, la fiebre. Pensó que tal vez iba a morir sin concluir su trabajo y él en el fondo se veía rondando la perfección de no ser por la sutura amateur con que había bordado torpemente su brazo izquierdo. Entonces sonaba en la radio el “Come as you are” de Nirvana y empezó a sentirse mejor. Tomó el antibiótico. También decidió tomar la codeína pura que Jimmy le había robado a un amigo suyo que a su vez se lo había robado a una chica adicta, que lo obtuvo felando el pene de uno de los cirujanos del hospital de la capital. Notó que estaba mejor, mucho mejor y se le ocurrió encender la chimenea y dos cirios rojos para solemnizar el altar que había creado alrededor de la foto de su salvador, el señor Poe. Al cabo de un rato se hizo de noche y Roy pensó que lo mejor sería irse a la cama, pero un momento, le pareció francamente mal dejar encendida la chimenea por el evidente riesgo que existía de que se incendiase algo y se propagase el fuego por toda la casa, y que consecuentemente, él muriese con la tarea de su metamorfosis medio hecha. De este modo, por no ir a la cocina a por agua, además de por los efectos de la codeína junto con el brandy y las cervezas que se había tomado, decidió mear directamente en la chimenea para apagar el fuego y eso, francamente, olía apestosamente mal a pesar de que el último tema de la noche fuera el de los Alice in Chains “Sea of sorrow”. 


     ¿Quieres parar ya de morir? —soñaba Roy. Su cuerpo estaba resolviendo una muerte y resurrección cíclica que lo estaba empezando a atosigar demasiado. Los miembros amputados y los cosidos se debatían en una incesante disquisición acerca de si quedarse o marcharse a su anterior dueño y él no quería tener su antiguo y urticante cuerpo bajo ningún concepto. Se despertó sudando y desolado fue a buscar a Jimmy para así finiquitar su transformación definitiva. Tenía que aleccionarle de lo que debía hacer para que la implantación de una cabeza nueva derivase en otro rotundo y total éxito. Jimmy estaba bajo el voladizo de un garaje, al lado del Ayuntamiento, con una considerable carga de inutilidad física debido a las elevadas dosis de alcohol que le invadían las venas. Se lo llevó a casa y lo espabiló como pudo (como pudo, también significa algún golpe que otro y cubos de agua helada en las pelotas), entonces al regresar a este mundo, Jimmy, entendió el plan y comprendió que le aportaría unos dos mil pavos. Salió nuevamente por la puerta (esquivando los gatos que se reproducían como ratas debido al alimento a base de carne humana triturada que les preparaba Roy) con la promesa de que al día siguiente le traería a la persona indicada para lo de implantarse una nueva cabeza. Roy escribió en una libreta cómo Jimmy debería realizar el proceso y no olvidó en apuntillar en mayúsculas la existencia de dos mil pavos, ideales para apagar mucha, muchísima sed dipsómana, para que así Jimmy pusiera algo más de interés de lo que solía poner siempre. Cuando a Jimmy le movía el interés solía trabajar mejor aún que el más experto de los doctores de cualquier ámbito académico. Esto era un pensamiento claramente contrastable y empírico, fruto de la lucidez sapiencial de nuestro Roy. Así que al cabo de dos días está sonando ese tema de Temple Of The Dog que se llama Hunger Strike y Roy se dirige con el cuchillo cuya hoja está terroríficamente afilada a la habitación de alguien que dice que es escritor de novelas de terror y que supuestamente ha alquilado una casa cuando lo que realmente ha alquilado es una decapitación inminente y Jimmy…, Jimmy está esperando afuera. 



EPÍLOGO


A las ocho y media de la mañana Roy Larsen cargó la furgoneta con todas las jaulas para atrapar gatos que su viejo amigo Ben pudo prestarle. Con el ceño fruncido arrancó y se dirigió a la casa que había alquilado al escritor. Esperaba que estuviese dormido cuando llegara. No quería aguantarle ni una palabra más y hasta llegó a pensar en que estaba arrepentido por la insensatez de hacer de casero de un tarado que escribía chorradas que a nadie le interesaban ya. Por otro lado sentía cierta nostalgia hacia esos gatos que tan buenos momentos le habían regalado. Sí, se los llevaría todos a su nueva casa y bajo ningún concepto les abandonaría ni les haría pasar por el mal trago de soportar con estoicismo al tarado que, tras pagarle la correspondiente suma en concepto de alquiler, le iba a proporcionar la cantidad necesaria para contratar a la hermosa asistenta sanitaria, la cual coparía los mejores sueños eróticos de su mente. R. Larsern había visto casi todas las películas de explícito contenido sexual protagonizadas por enfermeras a domicilio que mimaban a los abuelos más allá del terreno propiamente laboral y profesional. Quizás merecía la pena que un pelma viviera en su casa después de todo.
     —¡Ah, amigo! Así que ha venido, ajajá. Ya sabía yo que usted era un perfecto caballero. Es que hay gente muy rara por ahí y en estos tiempos encontrar un casero que se preocupe por su inquilino es complicado, no como sucedía antes ¿verdad? Antes la gente era de otra ralea, ya me entiende, estos jóvenes de ahora, bueno y no tan jóvenes porque el otro día cuando iba a ver a mi amigo Klaus, que también es escritor, sólo que de un género más histórico, son novelas de alto contenido histórico, historiquísimas, pero con una mezcla de misterio y de no sé qué más, y sí, muy documentadas, miles, millones de horas buscando información por todos lados…, si hasta ha obtenido uno de esos premios gordos en los que te sacan en la tele, no sé si usted estará puesto en el tema, amigo... 


Publicado en revista Al otro lado del espejo, año 2, núm. 4